Gracias Dios porque me diste libertad y antes de venir a la tierra ya era parte tuya y, con tu guía, tracé un plan no de todo. Elegí una misión. Escogí cuerpo, padres, hermanos, amigos, enemigos, profesión, enfermedades y la misma muerte.
Ahora, con el libre albedrío, sigo ese plan con amor o con desamor, contigo, Dios, o sin ti. Sí, nada de lo que me sucede es casual y todo tiene un sentido, incluso lo que me parece absurdo o desastroso. Puedo hacer cambios en ese plan.
Zarandeado por las penas me pregunto dónde estás tu, Dios, y me digo: ¿Por qué me sucede esto? La verdad es que estás siempre conmigo, pero no soy consciente de tu presencia y no me exoneras de pruebas que yo mismo programé para pulirme y evolucionar.
El hecho es que sólo puedo practicar perdón, si me ofenden; desapego, si pierdo algo o paciencia s¡ me tallan. Por eso nada es “malo” sólo está allí para que crezca y mejore. Yo lo elegí y soy capaz de superarlo.